jueves, 11 de noviembre de 2010

Herodes, la prisión, y el ángel.

 En aquel tiempo el rey Herodes echó mano a algunos de la iglesia para maltratarles. Viendo que esto había agradado a los judíos, procedió a prenderme a mí.
Habiéndome tomado preso, Herodes, el día después de Pascua, me iba a sacar. Aquella misma noche durmiendo entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, y los guardas delante de la puerta custodiaban la cárcel, se presentó un ángel del Señor, y una luz resplandeció en la cárcel; y tocándome en el costado, me despertó, diciendo: Levántate pronto. Y las cadenas se me cayeron de las manos. Me dijo el ángel: Cíñete, y átate las sandalias. Y así hice. El ángel continuó: Envuélvete en tu manto, y sígueme. Entonces le seguí, pensando que lo que veía era una visión.
Llegamos a la puerta de hierro que daba a la ciudad, dónde el ángel se alejó de mí. Ahí fué cuando comprendí que el Señor había enviado su ángel para liberarme de la mano de Herodes.
Llegué a casa de María, la madre de Juan, donde muchos estaban reunidos orando Al verme, todos ellos decían: ¡Es su ángel! , pero, haciéndoles con la mano señal de que callasen, les conté cómo el Señor me había sacado de la cárcel y dije: Haced saber esto a Jacobo y a los hermanos.

Herodes, habiéndole buscado sin hallarle, después de interrogar a los guardas, ordenó llevarlos a la muerte. Después descendió de Judea a Cesarea y se quedó allí.

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