Un día, Juan y yo subíamos al templo para la oración de media tarde. Un hombre paralítico de nacimiento solía ser transportado diariamente y colocado a la puerta del templo llamada la Hermosa, para que pidiese limosna a los que entraban en el templo. Al vernos entrar en el templo, nos pidó limonas. Le miré fijamente y le dije: Míranos. Él nos observaba esperando recibir algo de nosotros, pero le dieo: Plata y oro no tengo, pero lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, levántate y camina. Lo agarré de la mano derecha y lo levantó. Al instante pies y tobillos se le robustecieron, se irguió de un salto, comenzó a caminar y entró con ellos en el templo, paseando, saltando y alabando a Dios. Toda la gente lo vio caminar y alabar a Dios. Al reconocer que era el que pedía limosna sentado a la puerta Hermosa del templo, se llenaron de asombro y estupor ante lo acaecido.
Mientras seguía agarrado de Juan y de mí, toda la gente corrió asombrada hacia nosotros y al verles les dije: Israelitas, ¿por qué os asombráis y os quedáis mirándonos como si hubiéramos hecho caminar a éste con nuestro propio poder o religiosidad? El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, que sentenciaba su liberación. Vosotros rechazasteis al santo e inocente, pedisteis que os indultasen a un homicida y disteis muerte al Príncipe de la vida. Dios lo ha resucitado de la muerte y nosotros somos testigos de ello. Porque ha creído en su nombre, éste que conocéis y estáis viendo ha recibido de ese nombre vigor, y la fe obtenida de él le ha dado salud completa en presencia de todos vosotros. Ahora bien, hermanos, sé que vosotros y vuestros jefes lo hicisteis por ignorancia. Sólo que Dios ha cumplido así lo anunciado por todos los profetas, que su Mesías iba a padecer. Arrepentíos y convertíos para que se os borren los pecados, y así recibáis del Señor tiempos favorables y os envíe a Jesús, el Mesías predestinado. El cielo tiene que retenerlo hasta el tiempo de la restauración universal que anunció Dios desde antiguo por medio de sus santos profetas. Moisés dijo: Un profeta como yo, uno de vuestros hermanos, os suscitará nuestro Dios: escuchad lo que diga. El que no escuche a aquel profeta será excluido de su pueblo.
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