lunes, 8 de noviembre de 2010

Discurso al pueblo.

Me puse de pie con los Once y alzando la voz les dirigí la palabra: Judíos y vecinos todos de Jerusalén, sabedlo bien y prestad atención a lo que os digo. Éstos no están ebrios, como sospecháis, pues no son más que las nueve de la mañana. Sino que está cumpliéndose lo que anunció el profeta Joel: Derramaré mi espíritu sobre todo mortal y profetizarán vuestros hijos e hijas, vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos tendrán sueños; también sobre mis siervos y siervas derramaré mi espíritu aquel día y profetizarán. Haré prodigios arriba en el cielo y abajo en la tierra: sangre, fuego, humareda; el sol aparecerá oscuro, la luna ensangrentada, antes de llegar el día del Señor, grande y patente. Todos los que invoquen el nombre del Señor se salvarán.

Israelitas, escuchad mis palabras: Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien sabéis. A éste, entregado según el plan previsto por Dios, lo crucificasteis por mano de gente sin ley y le disteis muerte. Pero Dios, liberándolo de los rigores de la muerte, lo resucitó,
David dice refiriéndose a él: Pongo siempre delante al Señor: con él a la derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, y goza mi lengua y mi carne descansa esperanzada, porque no me dejarás en la muerte ni permitirás que tu devoto conozca la corrupción. Me enseñaste el camino de la vida, me llenarás de gozo en tu presencia.
Hermanos, puedo decíroslo con toda franqueza: el patriarca David murió y fue sepultado, y su sepulcro se conserva hasta hoy entre nosotros.
Pero como era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento que un descendiente carnal suyo se sentaría en su trono, previó y predijo la resurrección del Mesías, diciendo que no quedaría abandonado en la muerte ni su carne experimentaría la corrupción. A este Jesús lo resucitó Dios y todos nosotros somos testigos de ello. Exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha derramado. Es lo que estáis viendo y oyendo. Porque David no subió al cielo, sino que dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga tus enemigos debajo de tus pies. Por tanto, que toda la Casa de Israel reconozca que a este Jesús que habéis crucificado, Dios lo ha nombrado Señor y Mesías.
Lo que oyeron les llegó al corazón y nos dijeron a los otros apóstoles y a mi: ¿Qué debemos hacer, hermanos? Les contesté: Arrepentíos, bautizaos cada uno invocando el nombre de Jesucristo, para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo, pues la promesa vale para vosotros y vuestros hijos y los lejanos a quienes llamará el Señor nuestro Dios.Además los exhortaba diciendo: Poneos a salvo, apartándoos de esta generación malvada.

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