Mientras hablaban al pueblo, se nos presentaron los sacerdotes, el comisario del templo y los saduceos,irritados porque instruíamos al pueblo anunciando la resurrección de la muerte por medio de Jesús.
Nos echaron mano y, como ya era tarde, nos metieron en prisión hasta el día siguiente. Muchos de los que oyeron el discurso abrazaron la fe, y así la comunidad llegó a unos cinco mil.
Al día siguiente nos hicieron comparecer y nos interrogaban: ¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso? Entonces yo, Pedro, lleno de Espíritu Santo, respondí: Jefes del pueblo y senadores, por haber hecho un beneficio a un enfermo, hoy nos interrogáis sobre quién ha sanado a este hombre. Pues conste a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel que ha sido en nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y Dios resucitó de la muerte. Gracias a él, está éste sano en vuestra presencia. Él es la piedra desechada por vosotros, los arquitectos, que se ha convertido en piedra angular. Ningún otro puede proporcionar la salvación; no hay otro nombre bajo el cielo concedido a los hombres que pueda salvarnos.
Observando el aplomo de Juan y mío y constatando que eran hombres simples y sin letras, se admiraban; al reconocer que habíamos sido compañeros de Jesús y al ver al hombre sanado de pie con ellos, se quedaron sin réplica. Ordenaron, pues, que saliéramos del tribunal y se pusieron a deliberar: Qué hacemos con estos hombres? Han hecho un milagro patente, todos los vecinos de Jerusalén lo saben y no podemos negarlo. Pero, para que no se siga divulgando entre el pueblo, los conminaremos a que no vuelvan a hablar a nadie de ese hombre.
Entonces nos llamaron y nos ordenaron abstenernos absolutamente de hablar y enseñar en nombre de Jesús
Juan y yo les replicamos: Le parece a Dios justo que os obedezcamos a vosotros antes que a él? Juzgadlo. Lo que es nosotros, no podemos callar lo que sabemos y hemos visto.
Repitiendo sus amenazas nos despidieron, pues no hallaban modo de imponernos una pena, a causa del pueblo, que daba gloria a Dios por lo sucedido
Al vernos libres, nos reunímos con el resto de compañeros y les contamos lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y los letrados. Los que lo oyeron levantaron la voz unánime dirigiéndose a Dios: Señor, que hiciste el cielo, la tierra, el mar y cuanto contienen; que por boca de tu siervo David, inspirado por el Espíritu Santo, dijiste: ¿Por qué se agitan las naciones y los pueblos planean en vano? Se levantaron los reyes de la tierra y los gobernantes se aliaron contra el Señor y contra su Ungido. Se aliaron contra tu santo siervo Jesús, tu Ungido, Herodes y Poncio Pilato con paganos y gente de Israel,para ejecutar cuanto había determinado tu mano y tu designio.Ahora, Señor, fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos anunciar tu mensaje con toda franqueza. Extiende tu mano para que sucedan sanaciones, señales y prodigios por el nombre de tu santo siervo Jesús.
Al terminar la súplica, tembló el lugar donde estabábamos congregados, nos llenamos de Espíritu Santo y anunciábamos el mensaje de Dios con franqueza. La multitud de los creyentes tenía una sola alma y un solo corazón. No llamaban propia a ninguna de sus posesiones, antes lo tenían todo en común. Con gran energía daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús y eran muy estimados. Entre ellos no había indigentes, pues los que poseían campos o casas los vendían, llevaban el precio de la venta y lo depositaban a los pies de los apóstoles. A cada uno se le repartía según su necesidad. Un tal José, a quien llamábamos Bernabé, que significa Consolado, levita y chipriota de nacimiento, poseía un campo: lo vendió, llevó el precio y lo depositó a nuestros pies.
No hay comentarios:
Publicar un comentario